Creo que
es la primera vez
que escucho grillos
aquí en Maracay.
No me son familiares aquí,
pero si son familiares para mi.
Me remontan a esos días de frío
en mi apacible montaña.
En mi montaña inerte,
tan llena de gente
y al mismo tiempo tan vacía.
Mi montaña tan hermosa,
impregnada del suculento olor a fresas,
a duraznos, melocotones frescos...
Mi montaña.
¡Cómo extraño mi montaña!
Y a sus grillos.
Los grillos que
daban música
a las noches,
y a los días,
y a los sueños,
y a los miedos...
¡Ay, mi montaña!
¡Cómo te extraño, montaña!
Y a tus flores,
a tus paisajes,
a tus barrancos y matorrales,
a los caballos que galopaban libres,
a los niños con quienes jugaba,
y las tazas de chocolate caliente que,
por tu frío y la neblina densa,
mi madre en las noches impregnadas de estrellas preparaba.
¡Ay, y las estrellas!
Cielos estrellados como el de mi montaña
no los hay.
Ni vistas a la distancia.
Ni ciudad más hermosa que Caracas
vista desde mi montaña.
Caracas...
Ver caracas desde mi antiguo balcón
y escuchar los grillos
y subir la mirada y observar las estrellas.
Y arroparse con una colcha de lo más gruesa por el frío...
Eso era vida, desde mi montaña.
-El Junquito...
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