Lloré, lloré por tu partida y yo misma me pregunto por qué.
Casi no nos conocíamos, sólo te veía pasar y coexistir.
Lloré, lloré por tu muerte, lloré como una niña inconsolable
y me perdí.
Me perdí en las lágrimas de nuestros amigos, me perdí en el dolor de tus padres
y me perdí en ese instante en el que lo único que pasaba por mi mente
era esa necesidad de gritar; de gritarte y preguntarte POR QUÉ.
Lloré por tu rostro deformado y tu trágica historia.
Lloré por tus metas alcanzadas y tus logro incumplidos.
Sí, lloré.
Lloré por cada escoria que sigue caminando por este mundo
mientras que tú te fuiste.
No entiendo, en realidad no entiendo por qué ya no estás
y tampoco entiendo por qué lloré.
Tu partida me dolió muy dentro,
en el alma y me angustia sentir que no tengo derecho a lamentar que te fueras,
me llena de frustración sentir este remolino incontrolable de emociones
y creo que sólo me queda pedirte perdón.
Te pido perdón, me disculpo una vez más, en silencio,
en la intimidad de mis pensamientos por todo eso que
en tu contra llegué a sentir alguna vez. Sé que ya no estás,
quizás sea tarde pero tal vez la vida me perdone algún día
por aquello que mi corazón sufría al verte pasar
y brillar con esa luz tuya que enceguecía a todos.
Tenías lo que yo quería,
un cuerpo perfecto,
belleza interior,
una familia ejemplar,
un padre que estaba siempre para ti,
la admiración de todo aquel que te tenía cerca,
éxito en todo aquello que te proponías lograr,
lo tenías todo... y a él.
Creo que eres la única persona de quien he sentido celos...
o envidia, tal vez
Y ya no estás.
Ya no estás para seguir brillando, para seguir siendo perfecta.
Y lo que, malsanamente podría ser mi alivio, me ahoga, me asfixia por dentro.
Alejandra, ¿por qué?
¿Por qué te fuiste así?
Me he despedido ya pero aún duele.
Dejaste de brillar en la tierra para brillar en el cielo con las demás estrellas.
Eres como un ángel ahora.
Serás inmortal
¡Por siempre,
Ale!
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