martes, 29 de noviembre de 2016

Carta desde un penal ||Oscar Aular||

Mi amor...
Cuando arriba el atardecer
y me poso meditabundo al frente
de la ventana, que me permite ver
la libertad, pero me impide disfrutarla,
solo tu recuerdo me libra del pensamiento
opresivo y tu amor se convierte en milagroso
elixir para suavizar mis penas.

Utópicas esperanzas de reencuentro,
nutren y fortifican la esperanza de no
perderte, porque tu existencia y mi libertad,
conforma la única y exclusiva razón que
me aferra a la vida.

Cuando los nubarrones del invierno
propician a otros la oportunidad de abrazarse
por temor al trueno, yo invoco la claridad de
tu afecto, para no ahogarme solo en la
oscuridad prisionera.

Mientras otros aprovechan la maravillosa
claridad de un Sol radiante para determinar mejor
las dulces palabras de una mirada, yo lo esquivo
para que no ilumine el dolor de tu ausencia.

Así, contradiciendo hasta la inspiración
natural de lo hermoso, me toca analizar la vida
cuando me poso entre la ventana y te imagino,
esta placentera tortura, que la conforman mi
esperanza y la quimera, robustece mi pena, pero mitiga la angustia.

La dosis semanal de tu presencia, no basta
para la profunda necesidad de querer tenerte siempre;
por ello, esa limosna de tiempo que limita tan
cruelmente la espontaneidad del amor, es la única
miseria que ha tenido un incalculable valor en
toda mi existencia, por ello hoy, odio al horario,
pero amo lo inexorable del tiempo, como factor
indetenible que nos aproxima cada día hacia lo
que más queremos, hacia lo que más anhelamos.

Mi amor..., espérame siempre, el tiempo
es nuestro aliado común.