lunes, 9 de julio de 2018

El país del hambre | Capítulo 3 / Las botas de Leo

El capítulo de hoy será corto, sólo quiero hablarles de Leonardo.
No lo conozco bien, sé que tiene una hija pequeña, una esposa desempleada y una madre enferma.
En el trabajo no era del todo proactivo y por cosas de la vida, no supo ganarse las gracias del jefe y sus compañeros no le tenían exactamente aprecio. Las razones, no son de mi incumbencia.

Leo es un tipo taciturno, silencioso, anda encorvado y tiene muchos tatuajes donde lo cubre la ropa.
Tiene la mirada perdida y unas pestañas peculiarmente oscuras que realzan sus ojos achinados de color avellanas.

Leo vive en un barrio peligroso, no tiene celular y se traslada al menos 8 kilómetros en bicicleta desde su casa hasta el trabajo y de regreso todos los días.
Esa bici es guerrera y él ya tiene un máster como infla yantas. Siempre se quedan sin aire.
Con lluvia o con sol él se monta sobre esas ruedas y transita las calles en busca del pan para la casa, esquivando carros y pedaleando rápido para que no le roben las pertenencias.

Pocas veces almuerza y la delgadez no se hace esperar en su caso.
Igual que en el caso de todos.

Esta semana inició como cualquiera. El sol en e cielo, la gente en las calles, los compañeros en sus puestos y se escuchó en un momento "Leo, tenemos que hablar". Era la voz femenina que lleva la batuta en la oficina.

De esa reunión no pasó mucho tiempo. Tal vez 10 minutos, y luego en el pasillo se vieron las lágrimas inciertas de Leo y las lágrimas de remordimiento de la gerente que lo citó al encuentro.

Hoy, a Leo lo despidieron del trabajo. Lo acusaron de cosas que él dijo no hacer y, puede que sea ciertamente inocente, pero la empresa está haciendo reducción de personal, así que, no hay otra opción de cualquier modo.

Su situación es difícil, asfixiante, y en su trabajo lo saben, pero la cosa no está fácil para nadie, y el empresario venezolano tiene tantas cargas encima a causa de la "guerra económica" que nos impuso el bigotudo, que muy a su pesar no puede pretender ser casa de beneficencia.

"Si quiere no me pague prestaciones ni nada de lo que me toca pero, por favor no me quite las botas"

Leo no tiene zapatos. Lo único que calzaba eran las botas de seguridad que le asignaron en esa pequeña empresa que trata por todos sus medios subsistir.
Nadie lo había notado porque son parte del uniforme pero, ciertamente, Leo no usa otra cosa, que esas botas.

No tengo mucho más que decir al respecto, más que el hecho de que hoy vi cómo a un hombre se le borraba la sonrisa del rostro. No sabe qué va a hacer ahora y con la incertidumbre de cómo volvería a casa, sólo pidió que no le quitaran las botas.
"¿Qué le voy a dar de comer a mi hija?", preguntó lleno de miedo, y aceptando sus fallas, firmó la renuncia. Un disfraz burocrático para evitar mayores problemas legales porque hay inamovilidad laboral en nuestro caótico País del Hambre.




Nunca imaginé que en Venezuela tendríamos que ver tan de cerca una  representación magistral tan certera, de la teoría de la supervivencia del más apto de Charles Darwin.
La miseria ha alcanzado los rincones más oscuros y lejanos para dar paso libre a la desesperación.

No sé qué será de las botas de Leo, y los pies que protegía de la intemperie o los accidentes.
No sé qué será de él, pero sí sé, que se ha sumado un caso más a la estadística de engorda el desastre en Venezuela.

Diosley, Caraota y Leonardo me han llevado a ver muy de cerca el puesto del desamparado. Para los periódicos, para los políticos y para los conocidos es fácil señalar al indigente, al malandro y al desempleado, pero estas historias con las que me he topado me han obligado a recordar a la fuerza, que detrás de esas etiquetas, se esconden seres humanos que sufren más que cualquiera.

El País del Hambre se nos escapó de las manos y me sorprende que como pueblo no nos dimos cuenta a tiempo.
No sé cuántos se han detenido a pensar en ello pero, no somos más que un número creciente de desdichas, tragedias y problemas que nublan y pintan de colores oscuros el brillo y la belleza de esta tierra.

Ya no sé de cuántas maneras lo he dicho, pero en serio me duele Venezuela.


jueves, 5 de julio de 2018

Lo más parecido que he tenido a una relación, es una amistad a distancia, cargada de un erotismo poco convencional, en la que nos limitamos a correos hermosamente redactados y vídeo-llamadas sexuales.
No existe el cariño, el afecto es de corto alcance y nunca nos hemos regalado un "Te quiero" o un "te necesito".
Nos limitamos a compartir nuestras anécdotas de vez en cuando para darle variedad a la insignificancia de nuestra historia pero, la verdad es que la única cosa que nos une, además de la pasión por la literatura, es el deseo tácito de arrancar de la garganta del otro un orgasmo, así sea evocando la imaginación, y apelando al recurso mediocre de una narrativa exquisita y salvaje, que nos arrastra por el desierto frío y abrumador de una sexualidad marchita y solitaria.

-@Yasmiangeles