lunes, 4 de febrero de 2019

El país del Hambre, capítulo 5 |La enfermedad|


Si ha leído ya al menos un capítulo de esta saga de crónicas, sabrá entonces que los protagonistas han sido personas de bajos (pero BAJOS) recursos. Diosley y Caraota eran niños de la calle (sí, eran) y Leonardo y Carlos son hombres arrastrados a sus propios límites por el sistema, mientras que el marginado de esta ocasión, es un hombre joven, profesional, muy decente y de buena familia, pero eso no significa nada. No en un país como este. Eso lo sabe tan bien como yo.

A este chico lo conocí a través de twitter y aunque nos hemos visto sólo una vez en casi seis años de amistad, somos tan cercanos que me parece inaudito (e imperdonable, debo admitir) dedicarme a escribir sobre él a estas alturas. Supongo que se debe al hecho de que al ser testigo (según los alcances del término) de sus luchas incansables y el deterioro que ha sufrido durante estos años, no puedo evitar sentirme como una cucaracha al saber el estado en que se encuentra actualmente, especialmente porque la complejidad del sistema que rige su vida es cortesía del gobierno venezolano y sus campañas anti salud. Como si tener la existencia entera pendiendo de un hilo ya no fuese suficiente.

Y antes de proceder con el relato, quiero permitirme reconocer su capacidad para recordar los detalles, los resultados de exámenes, las fechas y los nombres de los medicamentos. Luego de tanto, si se tratase de mí, le aseguro que ya habría olvidado incluso mi propio nombre.


 LA ENFERMEDAD


Todo inició con insoportables dolores de cabeza, por allá en el 2013 cuando él tenía apenas 22 años de edad. En apariencia, el problema eran el colesterol y la hemoglobina, es así como el consumo incesante de pastillas y las dietas de todo tipo forman parte de la rutina diaria de Manuel, aunque fue el cansancio excesivo, hasta por subir escaleras, lo que encendió nuevas alarmas.

“Tus riñones están fallando” fue el discurso que cambiaría todo, y también la antesala a un derrame intestinal seguido de una hospitalización inmediata que trajo consigo una agenda “ininterrumpida” de diálisis para marcar una nueva pauta en su vida.

Nótense las comillas en “ininterrumpida”, créanme, aunque no lo parezca, le dan valor al realismo del texto.  La verdad, quisiera que sea distinto.




Naturalmente la presión emocional del hijo único sin padre va en aumento desde entonces. Como en una montaña rusa eterna en la que casi siempre se cae. Apuesto a que ninguno de ustedes quiere estar en los zapatos de su madre, y eso que no ha entrado el factor “dinero” en esta narración.

Con un riñón inflamado y diagnóstico inicial que apuntaba a una nefropatía rápidamente progresiva (que según las estadísticas, sólo el 1% de los pacientes llegan a ese estado que resulta ser letal), inició el desfile doloroso por todas las camas de hospital, desde donde le hicieron una cantidad casi inaudita de exámenes. Casi tan inaudita como la cantidad de agujas que desde entonces han penetrado su piel.

Y no, el seguro no cubría ni la mitad de los gastos que todo aquello implica(ba).

Narrar más detalles del procedimiento médico aplicado estos años daría material para escribir un libro, pero ya imaginará el lector qué tantas cosas han podido pasar, empezando por el hecho de que ya para esa fecha los doctores comenzaban a repetir como autómatas los discursos mortuorios de “No hay reactivos”, “No hay recursos”, “No hay cómo hacer la prueba”.

Como es de esperarse, el temor y el llanto han tenido unas cuantas intervenciones en esta historia, aunque no son tantas como podría imaginar, sobre todo por el ímpetu admirable de este dúo, y el buen humor cínico de Manuel quien, cada vez que me pone al día con las malas nuevas, lo hace riéndose de su circunstancia y el sistema.

Para que usted se haga una idea del grave estado de salud de este personaje, sí le contaré que el promedio de vida en su caso era de solo 30 días porque la enfermedad es agresiva con todas sus letras, sin embargo, es en este particular donde mi querido amigo da lugar a la fe, y a pesar de no llamarlo Dios, sí me ha contado muchas veces que hay “algo superior” o sobre natural que lo cuida y ha ayudado a mantenerse con vida.

Anécdotas sobre este asunto hay muchas, aunque la que más recuerdo es aquella cuando, en una sesión típica de diálisis, decidió dormir como de costumbre para que su cuerpo repose mientras la sangre es limpiada. Revisar las agujas de la máquina fue un impulso sin razón aparente. Solo despertó y lo hizo. De no ser así, hoy estaría algunos metros bajo tierra, desangrado, con un diagnóstico de muerte agónico y cruel, porque una de las agujas que lo mantienen pegado a la vida estaba por salirse de la fístula y eso, lógicamente, es letal. Y nadie lo hubiese notado a tiempo.






Les miento si aseguro de alguna forma que el estado de salud de Manuel no me angustia de muchas maneras, aunque él transmite tanta calma al contar su historia, y habla con una naturalidad tal sobre sus diagnósticos cambiantes y “nuevos cachicamos”, que muchas veces me siento como una niña absurda al quejarme de mis problemas y en ocasiones, por preocuparme por él.

Lógicamente, Manu ha de tener algunos gramos de temor en el cuerpo. Sería tonto si no fuese el caso. Pero es admirable en cada faceta la fortaleza espiritual y de carácter con que enfrenta cada reto. Y aquí quiero evocar la palabra bíblica que nos convence de que Dios no nos pone sobre los hombros cargas que no podemos soportar.

No sé si usted lo crea pero, conforme pasan los días, más me convenzo de ello.




Llega el 2017 y al diagnóstico se suman los problemas de calcio. Hiperparatiroidismo secundario es el nombre científico de la nueva patología y una intervención quirúrgica para extraer un trozo de hueso de la cadera se incorpora al historial clínico. Y no, no fue lindo, dolió muchísimo y ahora hay una nueva marca en su piel. Una que se suma al diario de intervenciones registradas en la memoria y grabada con fuego en su espíritu luchador, ese que hace frente, como si de un milagro se tratase, a cada uno de sus días,


ALGO MÁS QUE UNA ESTADÍSTICA DE DECADENCIA


Nuestro ingeniero en informática (sí, NUESTRO, porque nació y se formó en este país) viene de una familia pequeña, unida y muy sencilla, que vive en los llanos venezolanos. No siempre puede trabajar y sabrá usted que por aquellos lares no abundan beneficios como el transporte, buenos servicios públicos o un sistema de salud decente, así que a esta travesía de varios años se suman los obligantes viajes a la capital caótica de nuestro país.


Si pisamos el presente, entenderemos que con la crisis de efectivo, la disminución del servicio de transporte por el mal estado de las unidades y el constante repetir del “no hay unidades”, “no hay médicos”, “no hay insumos” en las clínicas y hospitales, esas anécdotas no han de ser gratas, ni pocas. De hecho, la lista es bastante larga. Demasiado. Y muy amarga.


 “Las máquinas empezaron a fallar”
Esa es otra de las frases que se volvió célebre en el guion de este espectáculo circense. Los centros de salud se han visto seriamente golpeados aunque son los enfermos los que parecen peras de boxeo que engordan y engordan la estadística de profesionales de la salud frustrados, madres aterradas, padres desesperados y pacientes… bueno, de los pacientes ya es evidente cualquier cosa que pueda mencionar.

El País del Hambre le ha dejado como herencia a este mundo gente escuálida, de ropa holgada y piel amarillenta. Eso hace que Manuel no se sienta tan excluido del montón, supongo. Ya que su delgadez mórbida pasa desapercibida entre los demás bultos hambrientos que lo rodean.




Vestir ropa ancha y suéteres de cuello alto a pesar del calor, es suficiente para cubrir las venas brotadas en su cuello. El catéter por donde entra y sale la sangre de su cuerpo en cada sesión de diálisis ha maltratado esas arterias que se ven cobrar vida claramente por encima de la piel en su cuello. Sin mencionar la fístula que introdujeron en su brazo y se mueve al ritmo de su corazón.

Ver esa fotografía fue bastante grotesco para mí, debo admitir, pero cosas peores han pasado en el mundo así que supongo, no ha de ser la gran cosa. Total, observar cómo, literalmente, el pulso del corazón de otro ser humano mueve su ropa es cosa normal. Eso indica que está vivo. ¿No?


COMIDA PARA LOS RIÑONES


Necesitar un riñón nuevo y no tener un lugar de privilegio en las listas de espera ha hecho interminable la angustia de Manuel y sus allegados. Sabemos de sobra que con tal estado de salud, la alimentación es un punto decisivo sobre el diagnóstico. Si un día no hay lo que se puede comer, el organismo colapsa. Si toma mucha agua, el organismo colapsa. Si come cosas saladas, el organismo colapsa. Si el sistema digestivo no procesa los alimentos como debe ser, colapsa. Si come bien pero pasan muchos días sin recibir diálisis porque escasean los insumos, el organismo colapsa.





Si el organismo colapsa, Manuel agoniza. Pierde la razón y olvida el significado de todo. Los niveles de toxicidad en sangre lo obligan a olvidar quién es él, quién es su madre, qué hace o dónde está. No coordina los movimientos y pierde la conciencia del espacio y el tiempo.

Las toxinas confunden al cerebro que se comporta errático y absurdo. Se dirige a cualquier lugar en medio de la inconciencia. Al patio, otro cuarto o la cocina, atendiendo la necesidad de orinar, pero no puede. Ya no puede, los riñones no sirven.

Vomita cualquier cosa que ingiera y pierde toda noción de la realidad.

Hormiguea el cerebro y no da tiempo de prevenir nada. Entonces no pueden dejarlo solo.

Si no tiene cómo comer lo debido y además no tiene diálisis, le ve la cara a la muerte. De cerca. La huele, la acaricia y la observa tan detenidamente que es capaz de retratarla.

La primera vez que sucedió algo así tuvo un lapso de cuatro meses de diálisis intermitentes. Febrero 2018. Y de nuevo, 10 meses después.





LA BÚSQUEDA Y LA ESPERA


“Están haciendo diligencias en Charallave y Caracas para el material”.
Esa frase la dice con frecuencia, aunque las ciudades no siempre son las mismas.

La búsqueda de insumos, donativos, medicinas, materiales, las máquinas de diálisis y hasta de los técnicos que las reparen, es interminable. La lista de contactos y redes de espionajes es cada vez más larga. Conocer a personas nuevas que pueden de alguna manera  ayudar es una carrera de todos los días, porque no hay cómo hacerse diálisis en el horario que toca, o en el lugar conveniente, o la sesión completa en algunas ocasiones.


(quedamos)


Se solicita con carácter de URGENCIA solución de bicarbonato para hemodiálisis”.
Nunca un ruego de información había sido tan constante y tan agónico. Frases como esa son comunes en sus redes sociales, aunque claro está, el medicamento no siempre es el mismo.


NO SER EL ÚNICO


“Hoy se murió otra chica”.
Eso me lo ha dicho varias veces. No siempre son chicas, no siempre son adultos, siempre dejan una huella punzante atrás. A estas alturas, ya no sorprende, pero duele igual. El pabellón de diálisis tiene muchas personas. El historial de pacientes terminales tiene muchos nombres. No todos tienen la fuerza para resistir. No todos tienen los recursos para seguir adelante. Ninguno tiene el privilegio de un Estado que los respalde y vele su más esencial e inviolable derecho: VIVIR.

Pero claro, no sé para qué me molesto en mencionar este punto si sabemos que los descendientes de Chávez aman hacer sacrificios. Idolatran a una deidad sedienta de sangre y almas inocentes que encontró en este país un festín inagotable.


Y si de deidades se trata, vale decir que la mamá de mi amigo, medio tranquila y medio desequilibrada por la angustia, preocupada ,pide a Dios entre dientes con cada frase que cruza su mente, por la salud de su muchacho. Y todos los venezolanos nos unimos a ese ruego, a cada instante, cada uno por su propio calvario.


LO OBVIO


El País del Hambre tiene demasiadas caras y demasiadas definiciones. HAMBRE no es nada más el estado agónico de NO COMER y que las tripas te hagan la vida un infierno.

HAMBRE, también significa carencia y los venezolanos estamos tan hambrientos de tantas cosas, que incluso la idea de volver a ver la luz del día provoca sed.

El estudiante que marcó huella en su universidad con su magnífica tesis de grado puede dar fe de ello. Y sí, saber que un ser humano tan joven, tan valioso y con tanto por hacer aún, se haya visto forzado a SUFRIR su juventud (claramente el término vivir no tiene cabida alguna en este contexto), asustado cada día por no tener la certeza de un nuevo despertar, deja un sabor de boca tan amargo que poco valen las quejas a estas alturas.





ÉL


Manuel es un chico tranquilo y fanático de las excentricidades. Somos buenos amigos y hablamos el mismo lenguaje en cuanto a música, libros y cine se refiere. Ama el humor negro y sabe disfrutar las buenas conversaciones.

Le gustan las canciones de Slipknot y Disturbed (como a mi), siempre tiene una respuesta inteligente para dar, sin importar el contexto y su sentido crítico es tan agudo que mi admiración por él aún no ha encontrado límites.


Manuel conoce a mucha gente aunque confía en pocas personas. Es reservado, discreto, tímido en apariencia y su nobleza es digna escuela de todos los días.

Es una persona positiva que siempre ve todas las caras del dado, no se queja y se convence todos los días de que podría estar pasando cosas peores.


Es un chico de fe, aunque no le pone nombres a lo que cree.

Es un lector incansable y estudioso a tiempo (casi) completo, que sabe reconocer la verdadera oscuridad.

Es un profesional de altura, que no tiene acceso a una fuerza laboral.

Es un joven consumido por su realidad tan dura.

Es un venezolano como todos pero con un distintivo letal que lo hace destacar entre todos nosotros.

Que lo hace destacar como un punto de colores en medio de una masa gris e informe que ha despojado de toda GLORIA al extinto BRAVO PUEBLO que antaño,  daba nombre de nueve letras a El País del Hambre.


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