jueves, 20 de septiembre de 2018

Mucho he pensado sobre los misterios que esconde la boca.
Simbólicamente, es la puerta por donde sale, muchas veces, lo peor de una persona, y entra lo mejor de otra, si saben a lo que me refiero...
Si hablamos de puertas, la verdad, no sé si las inventaron para hacernos prisioneros, o para recordarnos que la libertad es una elección.
Así como la boca, diseñada para encarcelar palabras, y cuando los candados  caducan, los pensamientos más oscuros de una persona, se vuelven terromoto, catástrofe, nada... en los oídos de otra.

Una puerta y una boca se me hacen tan iguales...

Si están abiertas, son agradables, cálidas y de vez en cuando temerosas.
Cualquier cosa entra y cualquier cosa sale (sí, en todos los sentidos)
Y a la vez, permiten cosas buenas, pero también cosas malas.
(Y sí, en todos los sentidos).

Pero si están cerradas, se pintan solitarias, lucen tristes y atemorizantes.
Gritan prisión y rechazo en todas las formas.
Sí, nada entra, y nada sale.
Son una negativa constante, tácita y evidente...
Egoístas.
A veces crueles.
Siempre bipolares e indecisas.
No saben si abrir y rendirse, o clausurar para siempre.

La verdad es que me gustan las puertas, así como me gustan las bocas.
Devoran todo, permiten todo y también niegan todo.




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