sábado, 24 de junio de 2017

Durante  mi infancia creí que tendría la dicha de ver los horrores de los que es capaz el ser humano a través de la pantalla del cine. Que podría conformarme con imaginar la cruda realidad  gracias a las actuaciones magistrales de artistas que interpretan papeles inhumanos frente a la cámara. Durante un tiempo creí que tendría la fortuna de llevar una vida normal, alegre, crecer en un país donde la vida era compleja pero que podría llamarse vida a fin de cuentas.

Por un tiempo creí que el país más maravillo del planeta fue colmado con tantas bendiciones que era imposible sufrir aquí. Que las riquezas serían suficientes y que el carisma de nuestra gente siempre nos sacaría adelante. Pero esas ideas utópicas han sido arrebatadas de mi cabecita inquieta.

Durante  mi adolescencia creí que la crisis se limitaría a no poder transitar en las calles de noche o tener que estar muy atentos en el metro de Caracas por los carteristas; que ya era malo, si. Peor nunca como esto.

Apenas estoy pisando los primeros años de mi adultez y el panorama es tan diferente a lo que imaginé, que parece una pesadilla todo lo que habita en el mundo real; pero es tan doloroso que entiendes que es imposible que tanta maldad habite sólo en tus pensamientos y entiendes que sí. Tristemente sí es el mundo real.

O más bien un sistema real. Uno que arrebata  tierras, propiedades, derechos, esperanzas, metas y hasta personas. Un sistema real que dio formas sangrientas a un país y arrebata hijos a sus madres, padres a sus hijos, esposos a sus esposas y así sigue las lista.

Un sistema real lleno de podredumbre y mortandad por donde se mira. Que nos obliga a llorar cada día anhelando las cosas más elementales, como un plato de comida, el derecho a vestir y llevar calzado, la oportunidad de estudiar, trabajar o vacacionar e incluso, a tener una familia o vivienda, porque incontables son los niños que EXISTEN (porque difícilmente viven) solos en las calles.

Pero todos reconocemos el rostro de los culpables. No hay mucho que especular después de todo. Nos pintaron las crueldades con colores de revolución, colores mortuorios y desalmados; y las llenaron de cadáveres regados por todas partes, junto a casquillos de bala y el rastro de lágrimas secas.

Pues, yo creo que si esa revolución está tan hambrienta de muerte, más le vale suicidarse y que deje de asesinarnos, ¿no?

Porque, ¿qué culpa tenemos nosotros?, especialmente los que han caído a manos de bastardos sin honor ni gloria. ¿Qué culpa tenían esos niños que se van con la muerte, de las decisiones de los que quedaron vivos?

¿Qué culpa tiene este país? Este país real que resultó llevar nombre de mujer. Una bella composición de letras que nos llenan el alma de alegría y el corazón de satisfacción a pesar de todo lo malo.
 #Venezuela, BELLA, que pare sólo gente bonita, GENÉTICAMENTE de las personas más felices del mundo (científicamente probado)
¿dónde está el error?
Que alguien me lo diga porque me niego a pensar que nací en el país equivocado, que  nacimos sin oportunidades, que no importan el optimismo o la alegría que nos caracterizan porque valen más el hambre de poder y la corrupción que el honor o los derechos. Que valen más las armas que los libros, o las botas militares más que los instrumentos musicales, o los cheques firmados más que los zapatos de fútbol, o que simplemente lo malo vale más que lo bueno.

Que alguien por favor me explique en qué punto de la historia Venezuela metió la pata para merecer tanto odio, desgracia y muerte.
Que alguien me lo explique porque me niego a pensar que, como dijo una vez Canserbero, "o Dios no existe, o Dios es Bipolar", porque creo que no tiene ningún sentido darnos tantas bendiciones y castigarnos con esta basura de color rojo



FOTO: @ipaniza



FOTO: @federicoparra

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