Observo.
Lo observo y no puedo desviar la atención.
Sí, lo intento. Es inapropiado y altamente cuestionable.
Pero parar es difícil.
Mi mirada lo busca por sí sola y mi mente reclama su presencia
Observo.
Con detenimiento observo y veo a un niño puro y libre,
enamorado de la idea del amor
y enamorado de la idea de enamorarse.
Desesperado por encontrar el amor
así sea un ingrato y un egoísta que
sin dudas va a romperle el corazón.
Veo en él a un niño espiritual pero descuidado,
afanado por saborear la amargura
de sentirse flotar por las nubes enamorado.
Buscando en cada rincón ese sentimiento que asfixia
y esa sensación ardiente de tocar la piel de otros seres.
Veo en él a un romántico empedernido,
un soñador incansable,
un amante pasional,
de esos que va por la vida
amando la idea de amar.
Observo.
Niño, te veo.
Y envidio tu necesidad de saborear esa experiencia ten lejana.
Veo en ti mi propia necesidad perdida.
Y mi propia ilusión amarga
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