Inmóvil en el suelo.
Acostada con el cuerpo desnudo.
Miro tranquila la llama de la pequeña vela
que me da calor en esta habitación.
Ya la piel de mis muñecas
se ha cerrado, aferrada a los grilletes.
Las cadenas son mi única vestimenta
y las sombras informes
producto de la llama agonizante
se han callado al fin.
Las paredes enmohecidas están llenas de rostros.
Miradas extrañas, de recuerdos extraños.
Reflejo de los siglos indetenibles que han consumido en estas paredes almas impuras, inmundas, como la mía.
Corazones malignos han sucumbido ante el terror en esta celda en la que sólo entras de pie y sales de rodillas.
La decisión es difícil de tomar...
Las únicas dos opciones son tan malévolas que incluso un ser maldito como lo es mi cuerpo sufriría dolorosamente el desenlace.
El destino es un enredo de caminos difusos y al final del día, de mi día, todo se ha reducido a una copa fina, elegante. Un cáliz imperturbable, contenedor de mi último aliento.
Mis pensamientos se han disipado en la oscuridad y mi aliento quedó perdido en el aire putrefacto, resultado de mi sudor, mi sangre, mis lágrimas, la humedad centenaria y el recuerdo de miles de cuerpos que sucumbieron en este mismo lugar, hace algún tiempo, así como sucumbe el mío.
Todo se reduce a una decisión.
Beber y morir. Beber de esa copa, agonizar cruel y dolorosamente para finalmente morir y perderme en el olvido.
O no beber y vivir miserable y penosamente.
Para convertirme en nada más que un pedazo de carne.
Para ser devorada por animales lujuriosos, presas de sus más primitivas y carnales necesidades.
Para darles el gusto de vencer y reír de a viva voz de mi desgracia.
La decisión revolotea en mi cabeza como un murciélago hambriento.
Bebería de la copa, eso es lo que me merezco.
Y al menos no les daría el gusto de apoderarse de mi cuerpo y despojarme de mi alma.
No.
Mi mente sería sólo mía.
Mis secretos serían sólo míos.
Mis carnes, mi cuerpo, mi sexo no serían tocados jamás.
Más que para lanzarme cual saco de basura en una repulsiva fosa común. Donde aguardaría tranquila, en la más asquerosa y cruel escena dantesca a que el tiempo me olvide.
Pero seguiré siendo mi dueña.
Maldita.
Y la vela, y las sombras y la copa, el último recuerdo de mi vida.
Me arrastro de rodillas hasta el otro lado, la tortura no logró romperme.
Tomo la copa entre mis manos y apuro el sufrimiento.
El elixir corre por mi garganta y en sólo un instante mis venas queman mi interior.
Mi saliva se espesa y mis músculos convulsionan.
Me retuerzo en mi lugar.
Duele respirar y pierdo toda visión y toda esperanza.
Ya he desaparecido, y soy finalmente libre.
Elixir...
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